Domingo, 7 de Agosto de 2005 Por Julián Varsavsky

BRASIL VIAJE CULTURAL A SALVADOR DE BAHIA

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Candomblé bahiano

Un recorrido por las manifestaciones culturales de raíz africana de la ciudad que fue llamada “la Roma negra”, por su latido sagrado de tambores. Historia y presente de la capoeira, los shows de Olodum, la impronta esclava del célebre Pelourinho y los “terreiros” donde se realizan los rituales de candomblé.

Jorge Amado escribió que Salvador, la ciudad negra por excelencia de Brasil, era la “célula madre de la cultura brasileña” que engendró “un pueblo bueno, amigo de los colores chillones, bullanguero, manso y amable”. A través de una religión trastrocada de continente –y sincretizada con el catolicismo–, la impronta africana se refleja hoy no solamente en la piel de las personas sino en sus cultos religiosos, en esa mezcla de danza y artes marciales llamada capoeira, en la música de Olodum –que ya dio la vuelta al mundo– y en la historia reflejada en las paredes del barrio Pelourinho. Ya lo dijo el más grande escritor bahiano, y de la mejor manera posible: “Aquí están las grandes iglesias católicas, las basílicas y aquí están los grandes terreiros de candomblé, el corazón de las sectas fetichistas de los brasileños. Si el arzobispo es el primado de Brasil, el padre Martiniano de Bonfim era una especie de Papa de las sectas negras en todo el país y la Mae Menininha es la Papisa de todos los candomblés del mundo”.

Fiesta de los Orixas Cuando un barco negrero atracaba en costas de Dahomey y sus soldados irrumpían con violencia en las aldeas, los futuros esclavos no tenían la posibilidad de traer consigo otra pertenencia que no fuesen sus costumbres y creencias religiosas. Una vez en América, ni siquiera eso se les respetó y los obligaron a adorar nuevos dioses, dando lugar al sincretismo del candomblé de Bahía, el vudú en Haití y el Palo Monte en la isla de Cuba.

Los amos de las plantaciones veían con buenos ojos que los esclavos –“convencidos” a sangre y fuego– adoraran por fin el panteón de los santos católicos. Pero si bien el poder del más fuerte controlaba los actos de los negros, nada podían hacer los primeros para saber qué pasaba en ese espacio hermético e inconquistable que es la mente de cada persona. Allí dentro, secretamente, los esclavos adoraban uno a uno a todos sus dioses bajo la fachada cristiana de la imagen de un santo, que rigurosamente coinciden aún hoy con la de un dios africano: San Pedro es Xangó, la Virgen María es Yemanjá, San Jorge es Oxóssi...

El lugar donde los negros de Salvador de Bahía realizan sus fiestas religiosas se llama candomblé, o también terreiro. Hay alrededor de 2000 y por lo general es posible visitar muchos de ellos. La mayoría de los candomblés históricos se sitúan en los arrabales de la ciudad. Su fisonomía no difiere mucho de las casas pobres de Bahía, e incluso están construidos con paredes de barro o madera.

De los candomblés bahianos, el de la rama gege-nagó es el que mantiene de manera más pura la tradición africana. La Sociedade Sao Jorge do Engenho Velho es el candomblé más antiguo de Bahía, al que se le atribuyen unos 350 años de existencia. Se cree que existe desde los inicios de la esclavitud, y aparentemente en cierto momento de persecuciones habría funcionado escondido bajo tierra, en un terreiro al que se entraba por un agujero hecho en un árbol. Este candomblé también es conocido como Casa Branca, y tiene sus puertas abiertas al viajero.

Colores coloniales El Pelourinho es un antiguo barrio que se convirtió a partir de la segunda mitad del siglo XX en la fibra más profunda de la vida popular bahiana. Era originalmente el centro comercial de la colonia, donde vivía la nobleza bahiana. Y por una ironía de la historia se fue transformando con los siglos en el barrio más miserable de la ciudad, donde la majestuosa decadencia propia de los monumentos con apagado esplendor, seducen por la mera sugestión de lo que habrán sido.

A partir de 1991 el gobierno de Bahía impulsó el titánico proceso de restauración del barrio, que ya en 1985 había sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Cuando el Pelourinho estaba a punto de perderse para siempre, “extrañamente” el tiempo comenzó a andar para atrás. Gracias al trabajo de un verdadero ejército de obreros, arquitectos e ingenieros, las casas empezaron a rejuvenecer una tras otra. Donde antes todo era tugurio y oscuridad, las luces callejeras volvieron a darle vida a la escena. El “milagro” se expandió cuadra por cuadra, subiendo por la ladera del Carmo, para descender a lo largo de la Rua do Passo y doblar por Terreiro de Jesús. Los viejos palacetes devenidos en una suerte de conventillos de dos y tres pisos recobraron su cálido rubor con los matices del arco iris. Las tejas rojas ahora brillan totalmente barnizadas y los marcos de madera de las ventanas ya no están más astillados. Y los santos en las iglesias lucen tan lustrosos como estaban el día que los plantaron sobre el pedestal.

El Pelourinho se ha convertido en una fortaleza de la cultura negra que bulle en un constante latido de tambores que salen de bares, instituciones culturales y directamente de las calles, el escenario público por excelencia. Samba, música popular brasileña, teatro, danza y un sinfín de galerías y talleres de arte convierten al Pelourinho en el centro de la vida popular bahiana, aquella fuente de la que se nutrió Jorge Amado para escribir sus novelas.

Al caminar por las estrechas veredas para una sola persona se descubre que los viejos adoquines fueron recolocados manteniendo la misma irregularidad de siempre, lo cual dificulta el caminar y acaso determina la forma cansina del andar bahiano. Pero si bien el Pelourinho está reluciente, de punta en blanco, en rojo, en celeste, en salmón, aún mantiene esos espacios “libres” de toda restauración que encierran la magia original