Patakí de Irete Yero: Eggun Obiní en forma de Afefé
En una tierra muy lejana, llamada Ogbani, vivía lfá Dele, quien representaba a las tierras del mundo. Era amado por todas, salvo por la de Yerube, donde vivía un gran obá, mayombero, llamado Oggún, quien quería dominar las demás tierras con sus poderes mágicos.
lfá Dele acostumbraba a hacer una ceremonia con eyelé, eyá tutu, oñí y ekú en honor de Orun, el sol. De todas las tierras venían gentes para cantar durante la ofrenda.
Un día, en medio del ritual, apareció un eggun obiní y les dijo: "Cada vez que me necesiten, entonen esta canción que les voy a enseñar". Elevó entonces su melodiosa voz, de infinitos matices. lfá Dele bailaba alrededor de ella, dándole; pero cuando trató de abrazarla, ella se volvió afefécon un sonido tan fuerte, que hizo que lfá Dele girara sin parar. El eggun obiní puso su mano sobre lfá Dele y le dijo: "Siempre estaré contigo y, para contentarte, buscaremos a los de la tierra Yerube y les quitaré sus fuerzas". Le ordenó hacer sacrificio de akukó y aunko a Elegguá, para que la acompañara y entretuviera al obá Oggún.
Cuando llegaron, el éggun, llamado Eyá Orun, se convirtió en un fuerte afefé que regó otí, epó y oñí. Las gentes fueron tras Eyá Orun, quien primero comió con ellas eyá y eyelé, y después les hizo paraldo con osadié dun dun.
lfá Dele gobernó el mundo, pero obá Oggún, muerto de envidia y de celos, juró acabar con lfá Dele y con Orula. Cogió un huevo de pavo real, a cuya cría se dedicaba, pues le daba suerte, y lo preparó con los secretos de los mayomberos. Amarró el huevo debajo de las alas de una tiñosa y durante siete días hizo diversas ceremonias.
Pero lfá Dele hizo osodde, y le vino el oddun Irete Yero, el cual le mandó a cubrir todas sus tierras y los techos de las casas con algodón. lfá Dele preparó los ilú de Eggun, y cuando gunku llegó a Ogbani y soltó su carga, los tambores empezaron a tocar. El huevo preparado por Oggún no se rompió y gunku no pudo volver a levantar el vuelo. Las gentes la golpearon e hicieron huir sin haber podido obtener el secreto de lfá Dele.
El obá Oggún veía pasar los días sin que le llegara respuesta de su obra y, entonces, decidió otukarse, y así reconocer el gran poder de Ifá.
Pataki de Olofi
Olofi es tan poderoso que hacer el mundo le pareció algo fácil; pero una cosa es hacer algo y otra que funcione.
Cuando distribuyó los cargos entre sus hijos, se encontró con que los hombres siempre estaban peleando y tuvo que hacer de Ayágguna elorisha de las pendencias. Pero Olofi es la paz, porque es completo, y no podía comprender por qué Ayágguna siempre estaba atizando las peleas. Así que un día dijo: "¡Por favor, hijo mío!" Pero Ayágguna le respondió: "Si no hay discordia no hay progreso, porque haciendo que quieran dos, quieren cuatro y triunfa el que sea más capaz, y el mundo avanza". "Bien – dijo Olofi – si es así, durará el mundo hasta el día en que le des la espalda a la guerra y te tumbes a descansar".
Ese día no ha llegado todavía y Olofi comprendió que su creación dejaba mucho que desear. Se desilusionó y, desde entonces, ya no interviene directamente en las cosas del mundo.
Pataki de Eleggua en Osatura
En este camino, Obatalá tenia un hijo desobediente y descreído llamado Nifa Funke, que le daba muchos dolores de cabeza. Desde su escondite en las malezas, Elegguá veia como Nifa maltrataba a su padre de palabra y de obra, y decidió darle un escarmiento.
Un día en que Nifa Funke había corrido una distancia larga y estaba muy sudado, se arrimó a un árbol para refrescarse con su sombra. Elegguá sacudió el árbol, del que cayeron muchas hojas y polvo, enfermando a Nifa. Obatalá, desesperado, comenzó a llamar en su ayuda a Elegguá.
Oggún, que venía por el camino llevando tres cuchillos, al ver a Obatalá desesperado, le rindió Moforibale y le preguntó qué pasaba. Al enterarse, Oggún enseguida llevó a Nifa al río, lo bañó con yerbas y lo restregó con el achó fun fun de su padre. Pero no obstante haberle hechoebbó, le dijo que debía ir a consultar con Orula. Elegguá, que seguía escondido escuchando, decidió cerrarle todos los caminos. Oggún, Obatalá y su hijo se desconcertaron al no encontrar el camino.
Oggún encontró tres pollones y muy astutamente, fingió comerlos. Elegguá, glotón al fin, saltó sobre Oggún, le quitó las aves y se las comió. En ese momento, llegó Obatalá y Elegguá, al verlo, se inclinó a sus pies y le rindió Moforibale, diciéndole: "Yo voy a salvar a tu hijo, Babá".
Mandó a regresar al atribulado padre y salió rumbo al Ilé de Orula. Cuando llegó, se escondió y Nifa Funke se pudo consultar por fin con Orula. Este, al tirarle el ékuele, le ordenó limpiarse con tres pollones y yerbas y entregárselos a Elegguá, pues éste lo salvaría de todas sus malas situaciones; respetar al padre y contentar siempre a Elegguá, quien abre y cierra los caminos de los destinos de hombres y orishas y por eso come antes que todos y debe dársele la sangre de los pollones.
Pataki de Elegguá-Echu
Elegguá era hijo de Okuboro, rey de Añagui. Un día, siendo un muchachón, andaba con su séquito y vio una luz brillante con tres ojos que estaba en el suelo. Al acercarse vio que era un coco seco. Elegguá se lo llevó al palacio, le contó a sus padres lo que había visto y tiró el obidetrás de una puerta. Poco después todos se quedaron asombrados al ver la luz que salía del obi. Tres dias más tarde, Elegguá murió. Todo el mundo le cogió mucho respeto al obi, que seguia brillando, pero con el tiempo, la gente se olvidó de él. Asi fue como el pueblo llegó a verse en una situación desesperada y cuando se reunieron los arubbó, llegaron a la conclusión de que la causa estaba en el abandono del obi. Este, en efecto, se hallaba vacio y comido por los bichos. Los viejos acordaron hacer algo sólido y perdurable y pensaron en colocar una piedra de santo (otá) en el lugar del obi, detrás de la puerta. Fue el origen del nacimiento de Elegguá como orisha. Por eso se dice: "Ikú lobi ocha. El muerto parió al santo".
Pataki de Oggún
Oggún, el dueño del hierro, es un montuno irascible y solitario. Cuando los orishas bajaron a la tierra fue él quien se encargó, con su machete infatigable, de cortar los troncos y las malezas para abrirles paso. Vivía entonces en casa de sus padres, Obatalá y Yemú y junto a sus hermanos Ochosi y Elegguá. Oggún estaba enamorado de su madre y varias veces quiso violarla, lo que no consiguió gracias a la vigilancia de Elegguá. Oggún se las arregló para conseguir su propósito pero, para su desgracia Obatalá lo sorprendió. Antes de que éste pudiera decir nada, Oggún gritó: "Yo mismo me voy a maldecir. Mientras el mundo sea mundo lo único que voy a hacer es trabajar para la Ocha". Entonces se fue para el monte sin más compañia que sus perros, se escondió de los hombres y ningún orisha que no fuera Ochosi, su hermano el cazador, consiguió verlo. Trabajaba sin descanso, pero estaba muy amargado. Además de producir hierros, se dedicó a regar ofoché por todas partes y el arayé comenzó a dominar el mundo. Fue entonces cuando Ochún se metió en el monte, lo atrajo con su canto y le hizo probar la miel de la vida.
Oggún siguió trabajando, pero perdió la amargura, no volvió a hacer ofoché y el mundo se tranquilizó. Hay quienes dicen que cuando salió del monte, Ochún lo llevó hasta Olorun, quien lo amarró con una cadena enorme, pero esto es un cuento. ¿Qué cadena podía ser más fuerte que la miel de Ochún?
Pataki de Ochosi
Ochosi era el mejor de los cazadores y sus flechas no fallan nunca. Sin embargo, en una época nunca podía llegar hasta sus presas porque la espesura del monte se lo impedía. Desesperado fue a ver a Orula, quien lo aconsejó que hiciera ebbó. Ochosi y Oggún eran enemigos porque Echu había sembrado cizaña entre ellos, pero Oggún tenía un problema similar. Aunque nadie era capaz de hacer trillos en el monte con más rapidez que él, nunca conseguía matar a sus piezas y se le escapaban. También fue a ver a Orula y recebió instrucciones de haber ebbó. Fue así que ambos rivales fueron al monte a cumplir con lo suyo. Sin darse cuenta, Ochosi dejó caer su ebbó arriba de Oggún, que estaba recostado en un tronco. Tuvieron una discusión fuerte, pero Ochosi se disculpó y se sentaron a conversar y a contarse sus problemas. Mientras hablaban, a lo lejos pasó un venado. Rápido como un rayo, Ochosi se incorporó y le tiró una flecha que le atravesó al cuello dejándolo muerto. "Ya ves", suspiró Ochosi, "yo no lo puedo coger". Entonces Oggún cogió su machete y en menos de lo que canta un gallo abrió un trillo hasta el venado. Muy contentos, llegaron hasta el animal y lo compartieron. Desde ese momento convinieron en que eran necesarios el uno para el otro y que separados no eran nadie, por lo que hicieron un pacto en casa de Orula. Es por eso que Ochosi, el cazador, siempre anda con Oggún, el dueño de los hierros.
Pataki de Osun
Osun era vigilante de Obatalá. Obatalá vivía con su mujer, Yemú, y sus hijos Oggún, Ochosi y Elegguá. Oggún era preferido y sus hermanos tenían que obedecerlo. Oggún estaba enamorado de su madre y varias veces estuvo a punto de violarla, pero Elegguá siempre le avisaba a Osun, quien venia y regañaba a Oggún. Entonces Oggún echó a la calle a Elegguá y le dio montones de maiz a Osun para que no lo delatara. Osun comia y luego dormía y Oggún podía disfrutar de su madre. Elegguá le fue con el cuento a Obatalá, que no lo quería creer, pero al otro día volvió más temprano. Obatalá vio a Osun acostado y a Oggún abusando de su madre, y llegó a su casa furioso. Fue cuando Oggún se maldijo a si mismo y Obatalá le dijo a Osun: "Confiaba en tí y te vendiste por maíz". Y nombró a Elegguá su vigilante. Desde entonces Osun perdió el cargo.
Pataki de Obatalá y los tres pretendientes
Obatalá tenía una hija muy bella, dulce y sencilla, que era la felicidad del padre. Esta hija tenia tres enamorados: lkú, Aro y Ofo. Como es de suponer, Obatalá estaba ante un espinoso dilema, pues si daba la mano de su hija a uno de ellos, los otros dos se vengarían. Por ello, su elección, cualquiera que fuese, ponía en peligro la vida de su hija, tan querida para él.
Obatalá se convirtió en paloma y se posó en un árbol frondoso de flores multicolores que representaban todas las virtudes de que gozaba su reinado, y se sintió muy desgraciado. Así pensando, quedó sumido en un profundo sueño. Cuando despertó, le vino a la mente todo lo soñado y se apresuró a emitir un bando para todo su reino, el cual decía: "Quien me traiga un abani, se casará con mi hija".
En esos tiempos, los abani eran muy escasos y difíciles de cazar. En el mismo bosque intrincado que rodeaba al palacio, vivía un sitiero quien adoraba en silencio a la hija de Obatalá y habla decidido llevarle el abani solicitado, pero consultó antes su decisión con Orula. La consulta resultó en este lfá, que le mandaba a hacer ebbó con babosas, cascarilla, merengue, achó fun fun y un palo de su tamaño, y le recomendó que después fuera al monte a cantar.
Así lo hizo el sitiero y su canto era tan dulce y melodioso que sus ecos parecían suaves voces venidas de otro mundo. lkú, quien venía por el sendero, se paró a oir, pues también había leído el bando y traía en un saco el tan ansiado abani. Extasiado, dejó caer el saco y quedó como petrificado. El sitiero aprovechó su trance, recogió el saco, y se lo llevó de inmediato a Obatalá, quien le concedió a su hija en matrimonio. Esto le sucedió al buen hombre por los consejos siempre sabios de Orula. Y por mandato de Obatalá, Orula, Echu y Oggún, quedaron atrapados lkú, Aro y Ofo sin poder hacer daño. Maferefun Obatalá, Maferefun los orishas.
Pataki de Obatalá
En el principio de las cosas, cuando Oloddumare bajó al mundo, se hizo acompañar de su hijo Obatalá. Debajo del cielo sólo había agua. Entonces Oloddumare le entregó a Obatalá un puñado de tierra metido en el carapacho de una babosa y una gallina. Obatalá echó la tierra formando un montículo en medio del mar. La gallina se puso a escarbar la tierra esparciéndola y formando el mundo que conocemos. Olofi también encargó a Obatalá que formara el cuerpo del hombre. Así lo hizo y culminó su faena afincándole la cabeza sobre los hombros. Es por eso que Obatalá es el dueño de las cabezas.
En cierta ocasión los hombres estaban preparando grandes fiestas en honor de los orishas, pero por un descuido inexplicable se olvidaron de Yemayá. Furiosa, conjuró al mar que empezó a tragarse la tierra. Daba miedo verla cabalgar, lívida, sobre la más alta de las olas, con su abanico de plata en la mano. Los hombres, espantados, no sabían qué hacer y le imploraron a Obatalá. Cuando la rugiente inmensidad de Yemayá se precipitaba sobre lo que quedaba del mundo, Obatalá se interpuso, levantó su opaoyé y le ordenó a Yemayá que se detuviera. Por respeto, la dueña del mar atajó las aguas y prometió desistir de su cólera. Y es que ¿si Obatalá hizo a los hombres, cómo va a permitir que nadie acabe con ellos?
Pataki de Yemayá Ayaba Ti Gbe Ibu Omi
(reina madre de los orishas)
Yemayá descansaba en el fondo del mar, jugando con las conchas y pececillos multicolores. Sentía una gran nostalgia por la vida en la tierra y soñaba con sus hijos a los que hacía tiempo no veía. De pronto, entre el susurro de las olas, oyó el tam tam de los tambores. Decidió engalanarse con sus corales y madreperlas, con sus sayas de azules claros o intensos como las espumas de su querido mar. Montada en su coche tirado por delfines, se dirigió a tierra para ir al encuentro de la fiesta que estaba en su apogeo en la orilla. Al llegar Yemayá, grande entre las grandes, mujer de extraordinaria belleza, se hizo un silencio para saludar como se merecía a esta orisha a quien todos respetaban y amaban. Pero Changó, altanero, que había sido separado de su madre cuando niño, sin reconocerla, decidió romper el fuego y la invitó a bailar al sonido de los sacros tambores. Embriagado por la belleza de la mujer, por la bebida y por su éxito como bailador y como orisha-hombre, la invita y la enamora. Yemayá se siente ofendida y decide darle una lección. Con sus encantos,fue llevando a Changó hasta el mar y lo invitó a ir hasta su ilé. Changó le confesó que no sabía nadar. Y ella, riéndose, le aseguró que nada le pasaría. Adentró su bote en el mar; Changó, extasiado, desplegó todos sus encantos, pero ella se lanza al mar y lo convierte en remolinos, en olas gigantescas. Tal es el oleaje, que vira el bote. Changó llama a Yemayá desesperadamente y ella, alzándose entre las encrespadas aguas, le dice: "Yo soy tu madre, respétame". Changó le pidió perdón y madre e hijo se abrazaron mientras las aguas volvieron a su nivel. Omi-o-Yemayá, Yalodde.
Pataki de Changó: Rey de Reyes
Changó, rey de reyes, tenía un esclavo fiel que le seguía a todas partes: el chivo. Pero éste comenzó a envidiar a su dueño, al punto de aliarse al ounko y al auré. En el silencio de la noche, y con la complicidad de la luna, las estrellas, y los sonidos ritmicos del buho, los compinches idearon un plan para acabar con Changó. Tal plan consistía en esconderle todas sus armas: su hacha bipene, sus machetes, sus picos y sus azadones.
Changó, bravo entre los bravos, respondió al reto de su esclavo y fue inmediatamente a buscar sus armas. Y cuál seria su asombro al encontrar su armería vacía, donde sólo quedaba un bate de ácana. Preocupado, decidió registrarse con Orula, quien inmediatamente le mandó un ebbó, entre cuyos múltiples ingredientes estaban un akukó para Elegguá y un bate de ácana. Después de hacer lo indicado por Orula, Changó se presentó al campo de batalla.
De inmediato el abbo se puso unos tarros embrujados y arremetió contra su rival, dejándolo maltrecho. Pero Changó, siempre fuerte, se levantó y contratacó; le cercenó los tarros, aunque para este trance, el abbo tenía repuestos.
En amplia carrera, se dirigió hacia el escondite donde estaba el ounko para ponerse los otros tarros. Entonces lo vio Elegguá, siempre vigilante, cuyo agradecimiento por Changó hizo que le cerrara los caminos al abbo para que no llegara. Así, los bosques entrelazaron sus ramas y las enredaderas tupieron los senderos. Elegguá fue corriendo a ver a Changó y le dijo: "Te traicionaron el abbo, el auré y el ounko. Cómetelos, pues te servirán de depurativo". Al encontrar a los tres completados juntos, Changó los atacó y les cortó las cabezas, bebiendo de sus sangre vivificadora, tras lo cual dijo: "Mientras el mundo sea mundo, mis hijos y yo seguiremos comiendo abbo, pero en caso necesario también comeremos ounko, que es mi medicina, pero como a Babá le gusta el auré, éste será respetado".
Pataki de Changó
Aggayú, el dueño del río, tuvo amores con Yemayá y de ellos nació Changó. Pero Yemayá no lo quiso y Obatalá lo recogió y lo crió. Al reconocerlo como hijo, le puso un collar blanco y punzó. Dijo que seria rey del mundo y le fabricó un castillo, Changó bajó al Congo y se hizo un muchachón tan revoltoso que Madre de Agua Kalunga lo tuvo que expulsar de allí. Entonces tomó su tablero, su castillo y su pilón, con los que había bajado del cielo, y emprendió el camino del destierro. Andando y andando, se encontró con Orula, a quien le dio el tablero porque sabía que era hombre de respeto y lo iba a cuidar.
Changó se quedó adivinando con caracoles y coco, cantando, fiestando y buscando broncas. Se casó con Obba, pero también vivía fijo con Oyá y Ochún. Oyá, como se sabe, era la mujer de Oggún, pero se enamoró de Changó y se dejó robar por él. Este rapto dio origen a una guerra tremenda entre Changó y Oggún. En cierta ocasión Changó tuvo que esconderse de sus enemigos, que querían cortarle la cabeza, y se metió en casa de Oyá. Oyá se cortó sus trenzas y se las puso, lo vistió con su ropa y lo adornó con sus prendas. Cuando Changó salió de la casa, sus enemigos, muy respetuosos, creyeron que era la santa, le abrieron paso y lo dejaron escapar.
Cuentan que como Changó peleaba y no tenía armas, Osain, que era su padrino, le preparó el secreto (ingredientes) del güiro. Cuando lo tocaba con el dedo y se lo llevaba a la boca, podía echar candela por ella. Con eso vencía a sus enemigos. Cuando se oye tronar, se dice que es porque Changó anda de rumbantela con sus mujeres o que cabalga por el cielo.
Pataki de Ochún y Orula
En mitad de la selva imaginaria de la tierra de los orishas, vivían Ochún, Oggún, Changó y Orula. Ochún, tan sensual, bella y erótica como liviana, vivía maritalmente con Changó, pero esto no le impedía flirtear con Oggún y con cualquier caminante que se perdiera en ese monte lleno de sorpresas.
Por ese entonces, Orula, baldado y en silla de ruedas, decidió registrarse buscando saber hasta cuándo duraria su desgracia. Se tiró el ékueley le salió la letra Iroso Sa, que le recomendaba hacerse ebbó a toda carrera. En este registro se le advertía también que tuviera mucho cuidado con el fuego, pues Changó se habla percatado de las infidelidades de su mujer.
Ochún, apenada porque Orula en su lecho de enfermo no podía salir a buscar las cosas necesarias para hacer el ebbó, inmediatamente se las trajo. Orula le quedó muy agradecido.
Un día de primavera, mientras Ochún cocinaba una adié, la comida preferida de Orula, Changó acechaba para lograr su venganza. Seguro de encontrar juntos a Ochún, Oggún y Orula, formó una gran tormenta y, con sus rayos implacables, le prendió fuego a la choza de Orula. Oggún salió corriendo. Orula, del susto, volvió a caminar y logró alcanzar la espesura. Ochún, quien buscaba orégano y albahaca para sazonar la adié, al ver las llamas pensó en la invalidez del pobre Orula. A riesgo de su vida, penetró en la casa para salvarlo. Al no encontrarlo allí, desesperada y casi ahogada por el humo, salió llorando. Cuando vio a Orula, sano y salvo en un clarito del monte, se abrazó a él. Emocionados, ambos se juraron amistad eterna. Orula le dijo: "Tú, que fuiste la pecadora, te acordaste de mí en los momentos más dificiles. De ahora en adelante, comerás conmigo. Haremos juntos nuestra comida predilecta, la adié. Te nombro, además, mi apetebi. Juntos andaremos los caminos de losoddun y de los hombres". Iború, Iboya, Ibocheché...
Pataki de Ochún
Ochún, la bella entre las bellas, gustaba de pasearse por el monte. Cantaba y jugaba con los animales porque ella amansa a las fieras y ni el alacrán la pica. Un día Oggún, el herrero infatigable que vive en la manigua, la vio pasar y sintió que se le traspasaba el corazón. Impetuoso y brutal, corrió detrás de la que soliviantaba su deseo, decidido a poseerla. Ochún, que estaba enamorada de Changó, huyó asustada. Agil como el venado, en su loca carrera, atravesó los verdes campos de berro de Orisha-Oko, el que asegura la fecundidad de la tierra. Pero Oggún, enardecido y violento, estaba por darle alcance. Fue entonces que Ochún, desesperada, se lanzó al río. Arrastrada por el torbellino de la corriente, llegó hasta la desembocadura donde se tropezó con la poderosa Yemayá, madre de todos los orishas. Compadecida, Yemayá la tomó bajo su protección, y le regaló el río para que viviera. Para alegrarla, la cubrió de joyas, corales e infinitas riquezas. Por eso es que Ochún vive en el río y quiere tanto a Yemayá.
Pataki de Oyá
En una época muy remota, vivían en una tribu tres hermanas: Yemayá, Ochún y Oyá, quienes, aunque muy pobres, eran felices. La mayor, Yemayá, se adentraba en el mar y pescaba para sostener a las otras dos hermanas; como Ochún cuidaba de la más pequeña, iba al río, cogía peces y piedras y los vendia. Las tres hermanas se adoraban y vivían una para otra. Un buen día, enemigos de la tribu invadieron su territorio y arrasaron con todo. Como Ochún acostumbraba a amarrar a Oyá para que no se perdiese o hiciera alguna travesura mientras ella nadaba y se sumergia en el río, no sintió los gritos de Oyá, ni tampoco Yemayá, quien estaba muy lejos, en la costa. Así, los enemigos se llevaron a Oyá como rehén.
Las dos hermanas se impresionaron tanto con la captura de la pequeña que Ochún, enferma de melancolía se consumió lentamente. Pero había logrado conocer cuánto le costaría liberar a su hermana Oyá, y fue guardando poco a poco monedas de cobre. Por fin llegó el momento de cerrar la transacción de rescate con el jefe de la tribu enemiga.
Este, quien sabia que Ochún era muy pobre, aceptó el dinero, pero le dijo que duplicaba el precio de la niña. Ochún cayó de rodillas, suplicó y lloró, pero el jefe, perdidamente enamorado de ella, le pidió su virginidad a cambio de la libertad de su hermana.
Por el amor que profesaba a Oyá, Ochún accedió. Ya ambas, de regreso a la casa, le contaron todo a Yemayá, y ella, en reconocimiento al gesto generoso de Ochún y para que Oyá nunca olvidara el sacrificio de su hermana, adornó la cabeza y los brazos de la pequeña con monedas de cobre.
Mientras Oyá estaba cautiva, Olofi había repartido los bienes terrenales entre los habitantes de su tribu: a Yemayá la hizo dueña absoluta de los mares; a Ochún, de los ríos; a Oggún, de los metales, y así sucesivamente. Pero como Oyá no estaba presente, no le tocó nada. Ochún imploró a su padre que no la omitiera de su representación terrenal. Olofi, que quedó pensativo al percatarse de la justeza de la petición, recordó que sólo quedaba un lugar sin dueño: el cementerio. Oyá aceptó gustosa, y así se convirtió en ama y señora del camposanto.
Por eso, Oyá tiene herramientas de cobre para mostrar su eterno agradecimiento al sacrificio de Ochún, come a la orilla del río, como recuerdo de su niñez. Foribale Ochún, Foribale Yemayá, Foríbale Oyá.
Pataki de 0yá Yansá
Se sabe que Oyá acompañó a Changó en todas las batallas, peleando a su lado con dos espadas y aniquilando a los enemigos con su centella. El patakí es así:
Oyá estaba casada con Oggún, pero se enamoró de Changó y él la raptó (de ahí vino la famosa pelea entre los dos orishas). Un día Changó estaba alborotado en una fiesta cuando lo prendieron y encerraron en un calabozo con siete vueltas de llave. Changó había dejado su pilón en casa de Oyá. Pasaron los días y como Changó no venía, Oyá movio su pilón, miró y vio que estaba preso. Entonces Oyá cantó:
Centella que bá bené
Yo sumarela sube,
Centella que bá bené
Yo sube arriba palo.
No dijo más que esto y el número siete se formó en el cielo. La centella rompió las rejas de la prisión y Changó escapó. Entonces vio que Oyá venía por el cielo en un remolino, y se lo llevó de la tierra. Hasta aquel día Changó no sabía que Oyá tenía centella. Ahí empezó a respetarla.
Pataki de los Ibeyis
A los mellizos les gusta estar divirtiéndose siempre. No es por gusto que son hijos de Changó y Ochún. Durante cierto tiempo les dio por tocar unos tamborcitos mágicos que les había regalado Yemayá, su madre adoptiva. Por entonces el Diablo puso trampas en todos los caminos y comenzó a comerse a todos los humanos que caían en ellas. Ni hombres ni mujeres, ni viejos ni niños, se escapaban de su voracidad. Entonces los Ibeyis se pusieron de acuerdo y Taewo agarró por uno de aquellos caminos, mientras Kainde lo seguia oculto en la espesura. Taewo iba tocando su tamborcito con tanto gusto que el Diablo se quedó embelesado, le advirtió para que no fuera a caer en la trampa y se puso a bailar. Pero cuando Taewo se cansó, Kainde salió del bosque y ocupó su lugar. Porque el problema era que aunque el Diablo estaba muy cansado, no podía dejar de bailar mientras los tamborcitos mágicos estuvieran sonando. Y cuando estaba agotado, los lbeyis le hicieron jurar que retiraría todas las trampas. Así fue como los lbeyis salvaron a los hombres y ganaron fama de poderosos, porque ningún otro orisha ha podido ganarle una pelea al Diablo.