De: iyákekere
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El sudor cae a chorros sobre los rostros de todos en la reserva de Dja. Posa el patriarca Angoula con Ntinty para las fotografías, y entre ellos, aunque se les pida que se acerquen, queda siempre un hueco, un espacio físico, una distancia inmensa. Quizá la percepción de la posición que cada uno tiene de sí y del otro. "La autoestima. Individual y de grupo. Fuera del bosque no existe. Somos los últimos de los últimos", había afirmado en Abong-Mbang Heleine Aye Mondo. Ella es la fundadora de Caddap, una asociación cuyas siglas la definen: centro de acción para el desarrollo permanente de los pigmeos autóctonos. ¿No es ella misma una excepción, como mujer y como baka?: "No creas, entre nosotros la mujer es fiera y ocupa un rol muy poderoso: construye el mongulu, trae a los hijos, los educa y no hay ninguna decisión que el hombre no le consulte". Y puntualiza: "Yo misma no obtuve mi ciudadanía hasta 2003". Muestra un papel, el gran logro último: un certificado de nacimiento que permite obtener la tarjeta de identidad. "Muchos pigmeos no saben ni del uno ni de la otra; ni cómo conseguirlos. No controlan la lengua oficial, ni los mecanismos administrativos, ni dónde hacerlo. Sin papeles no existimos".

Unos 50.000 baka habitan este país que es como un tesoro (se calcula que en Congo son cuatro veces más). Abres la tapa de este arcón de 475.500 kilómetros cuadrados, poco menos que España, y allí se reúnen todos los paisajes y climas (sabana, al norte; tropical, en el resto), 240 etnias y otras tantas lenguas. Camerún lo tiene todo: el monte homónimo, de 4.100 metros de altura; 400 kilómetros de costa y unos 16 millones de hectáreas de bosques. "Hay casi el doble de zonas naturales y de especies protegidas que en Kenia, pero pocos lo saben", dice Esther Ekoye, la ingeniero agrícola de Plan que ha preparado nuestra ruta. "La pequeña África", la llaman, de tanto que posee este país con crisis económicas recurrentes: ocupa la posición 148 de 177 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU; el 22% de la población urbana y el 50% de la rural vive con menos de un dólar/día. Y entre las etnias que conforman sus 17 millones de habitantes, esa "tribu de enanos" que gritaban los exploradores del siglo XIX a los cuatro vientos siempre fue preciado objeto de literatura, asunto de atracción casi mitológico. Lo sigue siendo: los pigmeos son esos tectón de ficción del africanista Albert Sánchez Piñol en su novela Pandora en el Congo. O cinematográfico: el drama titulado Man to man, de 2005, cuenta la historia tan común de dos pigmeos trasladados en jaulas a Escocia para ayudar a buscar el eslabón perdido. U objeto de investigación, como el homo floresiensis, descubierto en la Isla de las Flores, que sería cual pigmeo de los pigmeos actuales (1,50 metros), pues sólo medía 1.10. Incluso su organización social prehistórica es alabada hasta el punto de ayudar a explicar hoy modelos de management: así lo hace en su Equipos de alto rendimiento: lecciones de los pigmeos, el profesor de Harvard Manfred F. R. Kets de Vries. "La sociedad pigmea es un buen ejemplo de lo que puede hacer la confianza a la hora de simplificar y agilizar los procesos de toma de decisiones, y ofrece varias lecciones útiles para crear equipos de trabajo eficaces".

Publicado por  Iya Elisabeth tOsun Kemi Adesola Aworeni